24/7. El auge del humano.
El individuo se instala en un presente en cambio constante, un presente que conlleva la abolición de lo pasado, por fugaz, y de lo venidero, por inimaginable, y que por tanto acarrea la perdida de la conciencia histórica y el descrédito del autor (…) La sociedad hipermoderna está marcada por el exceso, la flexibilidad y la porosidad de una nueva relación con el espacio y el tiempo”. Este párrafo, sacado del reciente libro La furia de las imágenes, escribo por el fotógrafo español Joan Fontcuberta, podría funcionar también como sinopsis de la nueva película, y primer largometraje, del cineasta argentino Eduardo “Teddy” Williams, El auge del humano, estrenado en el pasado Festival de Locarno, en la competición Cineastas del presente. Y pocas películas como estas merecen mejor ese calificativo temporal: “del presente”. Aquí, y ahora… aunque no sepamos ya qué es aquí ni qué es ahora. Aquí y ahora: en este presente continuo de imágenes desestructuradas que fluyen entre pantallas, tiempos, y espacios, moviéndose con la fluidez de un líquido que todo lo invade.
El largometraje de Williams, que parece un manual para manejarse por un mundo de hipervisibilidad y exceso a todos los niveles, permite además preguntarse por la propia identidad nacional de las películas, si es que los límites nacionales, las identidades asociadas a lo geográfico, en un tiempo en el que lo geográfico ha dejado de tener sentido, son todavía una herramienta válida para manejarse en el mundo. Afincado en París, la película del argentino Williams es una coproducción entre Argentina, Brasil y Portugal, rodada a su vez en Argentina, Mozambique y Filipinas, y la propia película lleva en su seno la idea de deslocalización y movimiento de los cuerpos entre espacios y tiempos. O como dijo Chris Marker en Sans Soleil (1982): “He said that in the 19th century mankind had come to terms with space, and that the great question of the 20th was the coexistence of different concepts of time”. Siguiendo a Marker, en el siglo XXI, el gran reto de los seres humanos será la coexistencia entre diferentes conceptos de tiempo y espacio, o la aniquilación definitiva del tiempo y el espacio. La película de Williams, retrato de un mundo globalizado en el que las pantallas se multiplican y superponen hasta mezclarse, presenta el mundo como un magma de imágenes en el que los movimientos humanos se repiten de forma mecánica y mimética, en un enorme juego de espejos, independientemente del país en el que se desarrolle, y en el que las fronteras nacionales, las diferencias identitarias, se diluyen en un magma de conectividad y consumo de imágenes globalizadas en el que todo está conectado por vínculos y ciclos de repetición digital. Rodada como una suerte de viaje imposible a lo largo del planeta, y organizada en tres partes que resuenan entre ellas y trabajan con acciones similares, cada una de las tres partes está conectada, de forma real-virtual con las otras por agujeros en el espacio-tiempo como pantallas, o túneles subterráneos que conectan tiempos, gentes y acciones remotas, y que, sin embargo, se parecen y repiten. Pocas películas como El auge del humano retratan mejor esa condición líquida de cierta contemporaneidad, con cuerpos flotantes, moviéndose entre la penumbra, navegando entre pantallas y representaciones, saltando de pantallas y realidad con la facilidad que los videojuegos, por ejemplo, permiten pasar de un mundo a otro de forma natural, sin rupturas, sin transiciones, sin más lógica narrativa que la del propio movimiento. El auge del humano, que podría llamarse también La caída del tiempo o del espacio, es también un trabajo en torno a una juventud, no a la deriva, sino suspendida en un tiempo que no entiende, pero que controla, y tratando de escapar, sin rebelarse, a la dictadura de un mundo aburrido y organizado de antemano. Jóvenes de cualquier lugar del mundo que bailan en la oscuridad, que se escapan, que caminan, tratando de dibujar un camino propio en un mundo ajeno: “Estar siempre haciendo algo, moverse, cambiar: esto es lo que goza de prestigio frente a la estabilidad que es, a menudo, sinónimo de inacción”; la definición del tiempo capitalista, prestigiado por su acción constante, definido por Luc Boltanski y Ève Chiapello en El nuevo espíritu del capitalismo es de alguna forma la Cara A de este movimiento reetratado por Williams. Ese movimiento prestigioso, autónomo, ese siempre estar haciendo, sin descanso, es lo contrario de este movimiento perezoso, casi zombie, que retrata El auge del humano, que podría bien ser leído también como una suerte de manifiesto de la inacción o la post-acción. Frente al frenesí capitalista, global, y sin descanso ni sueño, los jóvenes de la película buscan sin buscar, bucean, y se mueven por los nuevos canales del espacio y el tiempo en busca de un lugar en el que establecerse. Jóvenes nómadas, perdidos, pero en auge.